Charlas con Soledad


cartas


De leña y fuego

Tienes razón hija mía: a los viejos se nos va la memoria, pero no es una regla general, ya que a muchos de nosotros nos gusta recordar, recordar cosas que aprendimos en la juventud, normalmente necedades, quizás porque tememos hacer un examen de conciencia a conciencia. De repente descubrimos que hemos vivido sin fe, sin esperanza, sin caridad. Sin fe en la
vida quiero decir, sin esperanza en la muerte y sin caridad para con nosotros mismos…

Cuando te leo, Soledad, me es muy fácil darme cuenta que estás preocupada por la vejez y el aburrimiento de tu padre… Contra lo que supones, no me aburro, no tengo más que asomarme a la ventana y desde allí puedo ver, con tristeza pero no con aburrimiento, que las pasiones están desatadas, que todo está blindado: los automóviles, las casas, el guardia de la esquina, el portero del edificio, blindados, no con noble acero sino con rencor. Por aquí, no te voy a mentir a estas alturas, todo es leña y fuego…

No, yo sé bien que no estoy para darte consejos. Me encanta si, y lo sabes, hablar en voz alta contigo, contarte algunas cosas aprovechando que estás lejos y no hay espacio, por lo tanto, para el rubor. Por hoy no te voy a pedir demasiado, solamente que cojas el teléfono y que llames a cualquier amigo y lo invites a bailar… No es consejo, sólo un deseo de tu padre que desearía que su hija no creyese en la historia, esa inmensa mentira, sino en el amor. En el que das y en el que recibes. ¿Me entiendes corazón?

La verdad es que no solamente pensaba en ti, Soledad. Se me vino a la cabeza la imagen de un par de colegas jóvenes que también escriben en el diario. Ellos me hablaron mucho y bien, de política y de historia, parecían muy duchos. ¿Y sabes? Les escuché con atención y no les respondí una palabra; pero al llegar a la casa tuve ganas de volver al diario y contarles, porque también puede ser un cuento, que tu viejo, ayer nomás, descubrió que la vida es como una especie de túnel por el que nos movemos sembrando o cosechando amor. Nada más. El resto… el trabajo, el estudio… es dar o recibir palos de ciego. Llama a tu amigo, Soledad, que el amor que no entregues o no acojas esta noche, no lo recobrarás jamás. Te quiero.



Las noches de Don Juan

La pregunta que me haces, hija mía, es bastante difícil de responder: ¿Quién es Don Juan? ¿Qué es un Don Juan? Son viejas interrogantes que no solamente apasionan a las chicas de tu edad; buena parte de la denominada literatura universal se ha ocupado del tema y, por lo que veo, el españolísimo personaje da pocas señas de extinción… No en vano por allí alguien dijo que ese hombre –mitad leyenda y mitad historia– es el reflejo de problemas humanos de significación eterna…

Yo no te voy hablar, Soledad, del sujeto burdamente mujeriego que el vulgo de todas las latitudes confunde con Don Juan. Más allá de un cazador de faldas, el personaje que condensa Tirso de Molina es, a juicio de tu padre, un hombre que, venciendo todos sus temores, se atreve a desafiar al cielo y a la tierra, es decir a Dios y a los hombres. A las leyes naturales y divinas…

Las mujeres no se han enamorado nunca de alguien que no sea valiente. ¿Estás tú enamorada, niña mía? Caballerosidad y lujuria encuentran los eruditos. Pero creo que, por encima de las anécdotas de alcoba, está la figura bravía e inquietante que de repente no sabe del amor, pero sí sabe que esa boca, ese cuerpo, no le basta y se juega la vida en una desenfrenada peregrinación que ha de acabar en el infierno…

Muchos, y entre ellos el insigne Gregorio Marañón, han visto en la figura de Don Juan la típica imagen del libertino sexual; es decir, ese tipo de hombre que busca el sexo por el sexo mismo… Pero creo que por allí hay un error… Don Juan sabe muy bien, y su conducta así lo confirma, que los goces terrenales son limitados, y por eso se atreve a lo que pocos: a retar a la Providencia. Se puede decir que esto es un delirio, pero ¿no delira acaso ese otro español inmenso que llamamos Don Quijote?

Toca ya la hora, Soledad, de poner fin a esta respuesta. No temas hija mía, si te das con un Don Juan, pero de los de verdad, de seguro no formarás parte de su harem; lo que Don Juan anhela es ser amado por todas las mujeres que ama en el tiempo en que las ama. Se jugará la vida en cualquier instante; sabe bien que un amor, aunque dure una hora, puede ser eterno. Además, y no te olvides de esto, no lo condenes. De hecho, él está condenado, tiene ya un puesto en otros infiernos… Perdónalo…



Jorge Salazar (Lima).
Ha publicado el ensayo: Una visión del Perú (premio De Gius de los Países Bajos 1969); las novelas: Piensan que estamos muertos (1979), La ópera de los fantasmas (Premio Casa de las Américas 1980), Poggi: la verdad del caso (1987), La medianoche del japonés (1992) y Los papeles de Damasco (2006); el libro Crónicas Gastronómicas (Premio Gourmand World Cookbook Awards 2005), como mejor libro de Literatura Gastronómica en Latinoamérica. Es editor y compilador de: La Academia en la Olla (1995) y 11 Historias de Fútbol (2000). Considerado el mayor especialista nacional en crónicas policiales, de muerte y misterio y ha publicado cuatro volúmenes especializados sobre la Historia de la Noticia: A sangre y tinta (1996), La guerra y el crimen (2001), De matar y morir (2004) y La sangre derramada (2007).
El 2008, seleccionó las cartas que se publicaron en su último libro: Charlas con Soledad.

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